Desdé luego que tenía que hacer esa fiesta, los hombres de su clan tenían mucho dinero pero tan poca imaginación que él mismo se postulo para ser el organizador de su fiesta de bienvenida, ni hablar, era un trabajo que solo él podía hacer.
Odiaba el echo de tener que soportar a gente indeseable, deseaba únicamente divertirse y pasarla bien, olvidar un poco todos los problemas que abrazaban al país, y ¿Por qué no? hacer que su hijo por fin aprendiera un poco mas sobre el oficio de la aristocracia y las mascaras "felices" que se mostraban ante la sociedad, pronto, presentía, que el su hijo iba a tener que suceder en su lugar como heredero de la familia Sato. Aunque no se veía muy animado por el cargo.
Caminaba a la par con él, por los pasillos de mármol de la casa del clan, mientras visualizaba el padre como sería adornado el lugar.
-Unas cuantas sedas de aquí, cayendo hasta el suelo en color beige y quiero toda esa pared de rojo... de echo esa sera la única de rojo... de ahí en fuera quiero rosas rojas en grandes floreros de piedra entre los ventanales y todo el inmobiliario beige...-decía señalando los lugares con un bastón de madera el rubio mayor, mientras otro hombre anotaba enérgicamente.
Su hijo solo se dedicaba a ver aquí y allá, la mansión de los Hebi era muy aburrida. Su padre noto el desapego y se acerco a él, un chico de trece años de ojos color ambas y cabello rubio. El mayor suspiro amargamente y se quito el saco, caminó hasta su hijo y lo tomo desprevenido, le acarició el cabello y el menor se estremeció, lo vio con los ojos muy abiertos y claramente sonrojado.
-¿Qué opinas de rosas blancas pegadas en la pared roja?- preguntó el mayor con un tono seductor en sus palabras.
El menor estaba observando a su padre, de cierto modo ya se había acostumbrado a ser acosado por su progenitor, por lo que resoplo y se quito del agarre.
-¿Qué has arreglado con lo de volver a Londres?-preguntó el menor caminando hacía una ventana.
- Yuna, ¿realmente quieres volver a Londres? Acabamos de llegar a Japón, dale una oportunidad al país...- suspiró el mayor prendiendo un cigarrillo-. Conoce a las geishas... -jugó con ambas cejas. Y el menor solo puso los ojos en blanco, saliendo de la habitación molesto.
Odiaba el echo de tener que soportar a gente indeseable, deseaba únicamente divertirse y pasarla bien, olvidar un poco todos los problemas que abrazaban al país, y ¿Por qué no? hacer que su hijo por fin aprendiera un poco mas sobre el oficio de la aristocracia y las mascaras "felices" que se mostraban ante la sociedad, pronto, presentía, que el su hijo iba a tener que suceder en su lugar como heredero de la familia Sato. Aunque no se veía muy animado por el cargo.
Caminaba a la par con él, por los pasillos de mármol de la casa del clan, mientras visualizaba el padre como sería adornado el lugar.
-Unas cuantas sedas de aquí, cayendo hasta el suelo en color beige y quiero toda esa pared de rojo... de echo esa sera la única de rojo... de ahí en fuera quiero rosas rojas en grandes floreros de piedra entre los ventanales y todo el inmobiliario beige...-decía señalando los lugares con un bastón de madera el rubio mayor, mientras otro hombre anotaba enérgicamente.
Su hijo solo se dedicaba a ver aquí y allá, la mansión de los Hebi era muy aburrida. Su padre noto el desapego y se acerco a él, un chico de trece años de ojos color ambas y cabello rubio. El mayor suspiro amargamente y se quito el saco, caminó hasta su hijo y lo tomo desprevenido, le acarició el cabello y el menor se estremeció, lo vio con los ojos muy abiertos y claramente sonrojado.
-¿Qué opinas de rosas blancas pegadas en la pared roja?- preguntó el mayor con un tono seductor en sus palabras.
El menor estaba observando a su padre, de cierto modo ya se había acostumbrado a ser acosado por su progenitor, por lo que resoplo y se quito del agarre.
-¿Qué has arreglado con lo de volver a Londres?-preguntó el menor caminando hacía una ventana.
- Yuna, ¿realmente quieres volver a Londres? Acabamos de llegar a Japón, dale una oportunidad al país...- suspiró el mayor prendiendo un cigarrillo-. Conoce a las geishas... -jugó con ambas cejas. Y el menor solo puso los ojos en blanco, saliendo de la habitación molesto.